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Con 25 años ya poseía una fortuna valorada en 100 millones de dólares. Con 30 tenía que esconder el Porsche 911 para convencer a los accionistas. A lo largo de su carrera, Steve Jobs acumuló un valor patrimonial de uno 7 mil millones de dólares. Sin embargo, hubo un tiempo en el que su fortuna se reducía a sus dos manos.
Durante el frío invierno de 1973, Jobs asistía todos los domingos a un templo ISKON (siglas de Asociación Internacional para la Conciencia de Krishna). Caminaba los más de 11 kilómetros que separaban la residencia estudiantil del templo. Su vínculo no comenzó de manera fortuita, sino tras sus habituales reuniones de estudiantes.
Irónicamente, aquellas lecciones sobre la frugalidad y la fraternidad lo llevaron a sentirse desconectado de su vida académica y abandonar el Reed College. Apenas llevaba seis meses matriculado. Steve no quería que sus padres se dejaran la piel pagando una matrícula que, según el criterio de Jobs, no le aportaba tanto a nivel educativo.
Hay quien recuerda que, en aquellos días, Steve también ayudaba en la limpieza del templo, fregando ollas y colaborando en el reparto de comida. Hasta un brahmachari algo más radical, un practicante que no vio con buenos ojos a ese «turista», le recriminó que solo acudía a beneficiarse de la comida gratis. Steve se vio obligado a dejar de visitar el templo.
A partir de aquí comenzó una larga travesía de autodescubrimiento. Jobs dejó de percibir compensación económica de ningún tipo. Comenzó a vivir en los pisos de sus compañeros, ya que al dejar de pagar la matrícula se quedó sin habitación residencial. Por supuesto, dormía en el suelo o algún desvencijado sillón; las camas eran para los estudiantes.
Aquello enfatizó su costumbre, casi infantil, de sentarse en el suelo en vez de en un cómodo sofá cada vez que, muchos años después visitaba, a sus amigos. Por aquel entonces comenzó a recoger botellas de cristal de Coca-Cola para revenderlas por cinco centavos. Cuando juntaba unos pocos dólares aprovechaba para comprar comida. También sacó algo de dinero ayudando en mudanzas, reciclando basura, etcétera. Ocasionalmente asistía a alguna clase en calidad de oyente, pero poco más.
Estas son sentencias que el propio Jobs recordó en su popular discurso ‘Deben encontrar aquello que aman’, frente a los estudiantes de la Universidad de Stanford durante una soleada mañana del 12 de Junio de 2005. Las palabras «Stay hungry, stay foolish» adquieren un matiz distinto siendo conscientes de las penurias que pasó Jobs.
Sin embargo, Jobs no se refería a «hungry» de hambriento de comida, sino de conocimiento. Insaciable, insatisfecho, deseoso por conocer más. «Fool» tampoco es bobo o tonto en este contexto, sino «ilusionado», manteniendo ese espíritu curioso propio de los niños, capaces de apuntarse a cualquier reto por la simple diversión de poder hacerlo.
Hay quien ha tildado esta pequeña conferencia en el Stanford Commencement Address como una de las píldoras de conocimiento más útiles de nuestra generación. Habló de amor, pérdida, muerte, pero proyectó un mensaje vitalista que ha calado a miles de personas. Y que aún perdura.
Portada | Creación de Jonathan Mak en homenaje a Steve Jobs
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